viernes, 24 de febrero de 2023

ESTACIONES 1, 2 Y 3 DEL VÍA CRUCIS

 Comenzada ya la cuaresma, queremos compartir las meditaciones del Vía Vrucis para estas semanas en que nos preparamos para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Este año, os vamos a compartir la meditación del Vía Crucis celebrado durante las jornadas mundiales de la juventud en Madrid en 2011. El texto de este ha sido realizado por las Hermanas de la Cruz (Su fundadora: Sor Ángela de la Cruz) que se ocupan del cuidado de los mas pobres.


Primera Estación

Última Cena de Jesús con sus discípulos

Y tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 19–20).

Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una.

Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–

21). El amor fortalece la unidad. Y les dice: «Que os améis unos a otros» (Jn 13, 34). El amor fiel es humilde: «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).

Unidos a la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda persecución y discriminación por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en justicia, la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.

 




Segunda Estación

El beso de Judas

«Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él

Satanás» (Jn 13, 26).

«Se acercó a Jesús… y le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).

En la Cena se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). Y ahora, a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar» (Jn 13, 21).

Judas se siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada. Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El corazón de Judas se había estrechado y se fue a contar su dinero, para después entregar a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha, le dice: Amigo. Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible sufrimiento provocado por la división entre hermanos y la lucha fratricida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las dolorosas traiciones.

 

Tercera Estación

 Jesús, sentenciado a muerte

«Es reo de muerte» (Mt 26, 66).

«Entonces se lo entregó para que lo crucificaran» (Jn 19, 16).

La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y, un día, la maldad juzgó y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume nuestra humanidad y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes de ellos (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la Cruz. Como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53, 3), expuso su vida a la muerte (Is 53, 12).

Lo que más impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa, es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), fue azotado, machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).

En el silencio de Dios, están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que, en silencio, esperan la salvación de Dios.