viernes, 12 de abril de 2019

CUARESMA SEXTO VIERNES DE CUARESMA


 Evangelio
En aquel tiempo, el consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey".
Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él le contestó: "Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: "No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: "Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré".
Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejar libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!" A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Él les dijo por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: '¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!' Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre nosotros', y a las colinas: 'Sepúltennos', porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?"
Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" Y dicho esto, expiró.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: "Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.
Lc 23, 1-49

 Las palabras del Papa:
Es allí, en el Calvario, donde Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle también las puertas de su reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra «paraíso» aparece en los evangelios. Jesús se lo promete a un «pobre diablo» que sobre la madera de la cruz tuvo el coraje de dirigirle la más humilde de las peticiones: «acuérdate de mí cuando vengas con tu reino» (Lucas 23, 42). No tenía buenas obras que hacer valer, no tenía nada, pero se confía a Jesús, a quien reconoce como inocente, bueno, tan diverso de él (v. 41). Aquella palabra de humilde arrepentimiento fue suficiente para tocar el corazón de Jesús. El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición frente a Dios: que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. (Audiencia general, Miércoles 25 de octubre de 2017)



Consejos para vivir la cuaresma:
Llegamos al final de la cuaresma y comenzamos la Semana Santa, una semana donde vivimos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Estos días, donde podemos disfrutar en las calles de las procesiones que nos cuentan con los diferentes pasos lo que vivió Jesús en sus últimos días. Pero también son momentos de prepararnos para la pascua, tras este tiempo de cuaresma, donde hemos reflexionado sobre nuestro día a día, donde hemos estado más serios, un tiempo que nos llevaba a la pena por la muerte de Jesús, la pascua, donde sabemos que se cumplió la palabra de Dios por la resurrección de su Hijo, es un momento de alegría, de celebrar, de volver a los colores alegres y claros, como el blanco que en estos días visten en las celebraciones los sacerdotes.
Si este tiempo de cuaresma hemos reflexionado, cuando llegue la semana santa seremos como Dimas, el buen ladrón y le pediremos perdón a Jesús por nuestros pecados, para comenzar la pascua felices, por saber que cada día nos estaremos esforzando por ser mejores personas.

Fotografía de Semana Santa Salamanca

Que tengamos todos una buena Semana Santa y una feliz Pascua de Resurrección.

miércoles, 10 de abril de 2019

VÍA CRUCIS 2019

Os dejamos un reportaje fotográfico del Vía Crucis que tuvimos el pasado día 5 de abril en la parroquia, organizado por la cofradía de la Virgen de la Salud y la real cofradía de Cristo Yacente y de la Agonía Redentora; presidido por nuestro párroco Jose Luis, con la participación musical del coro de la parroquia y la A.M. de Cristo Yacente y en las lecturas de las estaciones por los cofrades y fieles de la parroquia
































































viernes, 5 de abril de 2019

CUARESMA 2019 QUINTO VIERNES DE CUARESMA


 Evangelio
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús
Lucas 23, 26



 Meditaciones vía crucis del coliseo 30 marzo 2018:
Quinta estación
Te veo, Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú solo no puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha traicionado, Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero de repente sucede un encuentro imprevisto, alguien, un hombre cualquiera que tal vez te escuchó hablar pero no te siguió, ahora está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para compartir tu yugo. Se llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de Cirene. Hoy, para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.
Son infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos cada día, sobre todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el encuentro inesperado, en lo accidental, en la sorpresa desconcertante, es donde se esconde la oportunidad para amar, para reconocer lo mejor del prójimo, aun cuando nos parezca diferente.
Jesús, algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por los que creíamos que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero no debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con nuestra cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza nos dará la fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a nuestro lado.
Te veo, Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio, ahora que ya no estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón: quién sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.



fotografia de Salamanca Costalera






Consejos para vivir la cuaresma:
Simón de Cirene, el cirineo, un hombre cualquiera, como podemos ser tú, yo o esa persona con la que coincides en el autobús, en el supermercado, etc. Pero que no es cualquier persona, el ayudo a Jesús en su camino al Gólgota, donde se dirigía a morir.
El, Simón, estaba en Jerusalén, seguramente por que como era la pascua judía, había acudido como mucha otra gente a celebrarla allí, y se encontró a un hombre que cargaba con un peso más grande que la fuerza que tenía, los centuriones romanos obligaron a Simón a llevar junto a Jesús su carga, no sabemos qué sintió en ese momento, pero seguro que Jesús lo agradeció, no cargaría el solo con su pesar, tenía a alguien que le acompañaría hasta el final, que le aliviaba el peso de su responsabilidad.
Si lo pensamos, ¿cuántas veces necesitamos que alguien nos ayude y nos alivie un poco el peso de nuestras cargas? ¿Cuánto agradecemos cuando un amigo o familiar nos dice que te pasa, aquí estoy? E incluso un desconocido, que te ve mal y se preocupa por ti. Pero no es en nuestras necesidades en las que tenemos que fijarnos en este momento, si no en Simón y en lo que hizo, no era el quien necesitaba ayuda si no quien la daba, vio a alguien sufriendo y le ayudo, le sirvió, sin saberlo siguió las palabras que nos dice Jesús en la última cena “no he venido a ser servido, si no a servir” y ahí estaba el sirviendo al Hijo de Dios. ¿Y nosotros? ¿Cuándo servimos nosotros al hijo de Dios? ¿Y a los demás? ¿Cuándo nos preocupamos por nuestro prójimo, por las personas que tenemos cerca o por las que están más lejos pero que sufren al llevar sus cruces? ¿Vemos cómo nuestros familiares sufren por alguna cosa y les apoyamos incondicionalmente? ¿Cuándo un amigo está mal por algo, nos sentamos a su lado y le decimos aquí estoy o nos ponemos analizar y reprochar lo que ha hecho mal? ¿Cuándo nos enteramos de que hay personas sufriendo por una razón o por otra, buscamos la forma de poder ayudar o nos quedamos cómodamente en nuestro sofá viéndolos sufrir sin que se nos remueva la conciencia?
Seamos como Simón, simplemente acompañemos, ayudemos, estemos para quien nos necesite, aliviemos un poco la carga de sus cruces al acompañarles en su camino.