Comenzada ya la cuaresma, queremos compartir las meditaciones del Vía Vrucis para estas semanas en que nos preparamos para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Este año, os vamos a compartir la meditación del Vía Crucis celebrado durante las jornadas mundiales de la juventud en Madrid en 2011. El texto de este ha sido realizado por las Hermanas de la Cruz (Su fundadora: Sor Ángela de la Cruz) que se ocupan del cuidado de los mas pobres.
Primera
Estación
Última Cena de Jesús con sus discípulos
Y tomando pan, después
de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
«Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo
lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre,
que es derramada por vosotros» (Lc 22, 19–20).
Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor
a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al
traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como
nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una.
Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn
11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la
palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–
21). El amor fortalece la unidad. Y les dice: «Que os améis
unos a otros» (Jn 13, 34). El amor fiel es humilde: «También vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
Unidos a la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra
del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda persecución y
discriminación por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios
vivan, en justicia, la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en
torno a su única mesa.
Segunda
Estación
El beso de Judas
«Y, untando el pan, se
lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él
Satanás» (Jn 13, 26).
«Se acercó a Jesús… y
le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).
En la Cena se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo
está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). Y ahora, a media voz,
deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de
vosotros me va a entregar» (Jn 13, 21).
Judas se siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de
traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía
la mirada. Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que
vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El corazón de Judas se había estrechado
y se fue a contar su dinero, para después entregar a Jesús con un beso. Y
Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha, le dice: Amigo.
Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible
sufrimiento provocado por la división entre hermanos y la lucha fratricida,
¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las dolorosas traiciones.
Tercera Estación
Jesús, sentenciado a muerte
«Es reo de muerte» (Mt
26, 66).
«Entonces se lo
entregó para que lo crucificaran» (Jn 19, 16).
La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y,
un día, la maldad juzgó y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron
a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume
nuestra humanidad y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes
de ellos (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la Cruz. Como un
hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53, 3), expuso su vida a la
muerte (Is 53, 12).
Lo que más impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa,
es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), fue azotado,
machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).
En el silencio de Dios, están presentes todas las víctimas
inocentes de las guerras que arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de
curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que, en silencio, esperan
la salvación de Dios.
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