ORACIÓN
DE COMIENZO
Movida por la disponibilidad y la solidaridad, María viaja hasta una
ciudad de Judá, para ayudar a su prima anciana que está en avanzado estado de
embarazo. Allí se realiza el encuentro de dos madres y, dentro de él, el
encuentro de dos niños que también se reconocen. Lo que sigue está constituido
por el canto de María que llamamos el Magníficat. Se trata de una acción de
gracias de María. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra
de Dios.
Lectura
del santo Evangelio según San Lucas 1, 26-38.
En aquellos
días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y
dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa
tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes
por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación
en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de
corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los
hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a
nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se
quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
MEDITACIÓN
En este texto
se acentúa la prontitud de María en servir, en ser sierva. El
ángel habla del embarazo de Isabel e, inmediatamente María se dirige de prisa a
su casa para ayudarla. De Nazaret hasta la casa de Isabel hay una distancia de
más de 100 Km., cuatro días de viaje, ¡como mínimo! No había ni bus, ni tren.
María empieza a servir y a cumplir su misión a favor del
pueblo de Dios.
Se puso en
camino deprisa hacia la montaña. El servicio es lo suyo. Sabe que el Verbo se ha encarnado en
ella. Es la madre del Hijo de Dios pero no se le han subido los humos a la
cabeza. Es la de siempre, la servidora, y por eso va a visitar a su prima que
la necesita. Y va con gozo, con prontitud, con garbo…Alguien ha descrito este
viaje como “la primera procesión eucarística”. Podemos imaginar a María
sumergida en una oración cósmica. Canta con el sol, con la luna, con las
estrellas, y también con los pájaros, con los montes, con la acequia llena de
agua, con los pastos del páramo, con las praderas cubiertas de rebaños, con los
valles vestidos de mieses. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
¡Qué abrazo aquel! Son dos mujeres preñadas de historia que simbolizan dos
alianzas, dos testamentos, dos pueblos: el antiguo y el nuevo. Y los dos se
abrazan en un abrazo íntimo y estrecho. Juan, el último de los profetas, salta
de júbilo en el vientre de su madre. Con ese salto de júbilo recibe Israel a
Jesús. El A.T. llevaba a Cristo en sus entrañas.
ORACION FINAL
¡Oh
Virgen de la Salud, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que
desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que
solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y
preséntala ante tu Hijo Jesús, único redentor nuestro.
CANTO DEL MAGNIFICAT
En este canto María se
considera parte de los anawim, de los “pobres de Dios”, de aquéllos que “temen
a Dios”, poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano
no gozan de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawin puede
ser sintetizada por las palabras del salmo 37,79: “Está delante de Dios en silencio
y espera en Él”, porque “aquéllos que esperan en el Señor poseerán la tierra”.
En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a Dios, dice: “Da a tu siervo tu
fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el estar sometido, como también el
sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse seguro junto a Él.
Los pobres, en el sentido estrictamente bíblico, son aquéllos que ponen en Dios
una confianza incondicionada; por esto han de ser considerados como la parte
mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.
Los orgullosos, por el contrario, son los que ponen toda su confianza en sí
mismos.
Ahora, según el Magníficat, los pobres tienen muchísimos motivos para
alegrarse, porque Dios glorifica a los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los
orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del
pobre del A. T., es la del publicano que con humildad se golpea el pecho,
mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se consuma en el orgullo (Lc
18,9-14). En definitiva María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y
cuanto obra en el creyente. Gozo y gratitud caracterizan este himno de
salvación, que reconoce grande a Dios, pero que también hace grande a quien lo
canta.
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