Cuarta Estación
Negación de Pedro
«¿Con que darás tu
vida por mí? En verdad en verdad te digo: no cantará el gallo antes que me hayas
negado tres veces» (Jn13, 37).
«Y saliendo afuera,
lloró amargamente» (Lc 22, 62).
Un cristiano tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es
no tener miedos, sino saber vencerlos.
El cristiano valiente no se esconde por vergüenza de
manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para
cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti» (Lc 22, 31). «Te digo, Pedro,
que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme» (Lc
22, 34). Y el apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo
conozco»
(Lc 22, 57). Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira…,
él se estremece recordando sus palabras…, y llora con amargura su traición. La
mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar.
Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los
cristianos que se avergüenzan de su fe, que tienen respetos humanos, que les
falta valentía para defender la vida desde su inicio, hasta su término natural,
o quieren quedar bien con criterios no evangélicos. El Señor los mira para que,
como Pedro, hagan acopio de valor y sean testigos convencidos de lo que creen.
Quinta Estación
Jesús carga con su cruz
«Terminada la burla,
le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo»
(Mc 15, 20).
«Y, cargando Él mismo
con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera”» (Jn 19, 17).
Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta
la vida. Entre las cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el
interior del hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las
relaciones humanas. «Porque del corazón salen pensamientos perversos,
homicidas, adulterios fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias» (Mt 15,
19). La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la
de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Él llevo
nuestros pecados en su cuerpo (1Pe 2, 24). Jesús muere para reconciliar a los
hombres con Dios. Por eso hace a la cruz redentora. Pero la cruz por sí sola,
no nos salva. Nos salva el Crucificado.
Cristo hizo suyo el cansancio, el agotamiento y la desesperanza
de los que no encuentran trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas
laborales indignas o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el
empeño por conseguir una vida más justa y digna.
Sexta
Estación
Jesús cae bajo el peso de la cruz
Triturado por nuestros
crímenes (Is 53, 5).
Jesús cayó bajo el
peso de la cruz varias veces en el camino del Calvario (Tradición de la
Iglesia de Jerusalén).
La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de
Jesús, pero es lógico que per[1]diera el equilibrio muchas
veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los
dolores musculares insoportables, la tortura de la corona de espinas, el peso
del madero…, ¡no hay palabras para describir el dolor que Cristo debió experimentar!
Todos, alguna vez, hemos tropezado y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos
para no hacer el ridículo! Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor
riendo con sorna y dándole algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo,
qué humillación, Dios mío! Dice el salmo: «Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza» (Sal.22, 7–8). Jesús sufre con todos los que tropiezan en la vida
y caen sin fuerzas víctimas del alcohol, las drogas y otros vicios que les
hacen esclavos, para que, apoyados en Él, y en quienes los socorren, se
levanten.
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