viernes, 10 de marzo de 2023

ESTACIONES 7, 8 Y 9

 Séptima Estación

El Cirineo ayuda a llevar la cruz

«Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del

campo» (Lc 23, 26). «Y lo forzaron a llevar su cruz» (Mt 27, 32).

Simón era un agricultor que venía de trabajar en el campo. Le obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la imposición, por parte de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la fuerza. Al contacto con Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina compartiendo la situación de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio, lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos descubrir lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas que nos necesitan!

Jesús se ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo. Miles de jóvenes marginados de la sociedad, de toda raza, condición y credo, encuentran cada día cirineos que, en una entrega generosa, caminan con ellos abrazando su misma cruz.

 

Octava Estación

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

«Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”» (Lc 23, 27–28).

«El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).

Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir nuevos crímenes… Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia y perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo.

Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regí[1]menes ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad.

 


Novena Estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

«Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte» (Mc 15, 24).

«De la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa» (Is 1, 6).

Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo, Jesús permanece de pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica, se la quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación, ni mayor desprecio.

Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior de la persona, su intimidad, su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque quiso cargar con todos los pecados contra la integridad y la pureza, y murió para quitar los pecados de todos (Hb

9, 28).

Jesús padece con los sufrimientos de las víctimas de genocidios humanos, donde el hombre se ensaña con brutal violencia, en las violaciones y abusos sexuales, en los crí[1]menes contra niños y adultos. ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!

viernes, 3 de marzo de 2023

ESTACIONES 4, 5 Y 6 DEL VÍA CRUCIS

 

Cuarta Estación

Negación de Pedro

«¿Con que darás tu vida por mí? En verdad en verdad te digo: no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces» (Jn13, 37).

«Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc 22, 62).

Un cristiano tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es no tener miedos, sino saber vencerlos.

El cristiano valiente no se esconde por vergüenza de manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti» (Lc 22, 31). «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme» (Lc 22, 34). Y el apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo conozco»

(Lc 22, 57). Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira…, él se estremece recordando sus palabras…, y llora con amargura su traición. La mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar.

Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de su fe, que tienen respetos humanos, que les falta valentía para defender la vida desde su inicio, hasta su término natural, o quieren quedar bien con criterios no evangélicos. El Señor los mira para que, como Pedro, hagan acopio de valor y sean testigos convencidos de lo que creen.

 

Quinta Estación

Jesús carga con su cruz

«Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo» (Mc 15, 20).

«Y, cargando Él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera”» (Jn 19, 17).

Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta la vida. Entre las cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el interior del hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las relaciones humanas. «Porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidas, adulterios fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias» (Mt 15, 19). La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Él llevo nuestros pecados en su cuerpo (1Pe 2, 24). Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la cruz redentora. Pero la cruz por sí sola, no nos salva. Nos salva el Crucificado.

Cristo hizo suyo el cansancio, el agotamiento y la desesperanza de los que no encuentran trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el empeño por conseguir una vida más justa y digna.

 

Sexta Estación

Jesús cae bajo el peso de la cruz

Triturado por nuestros crímenes (Is 53, 5).

Jesús cayó bajo el peso de la cruz varias veces en el camino del Calvario (Tradición de la

Iglesia de Jerusalén).

La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que per[1]diera el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura de la corona de espinas, el peso del madero…, ¡no hay palabras para describir el dolor que Cristo debió experimentar! Todos, alguna vez, hemos tropezado y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos para no hacer el ridículo! Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor riendo con sorna y dándole algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo, qué humillación, Dios mío! Dice el salmo: «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza» (Sal.22, 7–8). Jesús sufre con todos los que tropiezan en la vida y caen sin fuerzas víctimas del alcohol, las drogas y otros vicios que les hacen esclavos, para que, apoyados en Él, y en quienes los socorren, se levanten.




viernes, 24 de febrero de 2023

ESTACIONES 1, 2 Y 3 DEL VÍA CRUCIS

 Comenzada ya la cuaresma, queremos compartir las meditaciones del Vía Vrucis para estas semanas en que nos preparamos para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Este año, os vamos a compartir la meditación del Vía Crucis celebrado durante las jornadas mundiales de la juventud en Madrid en 2011. El texto de este ha sido realizado por las Hermanas de la Cruz (Su fundadora: Sor Ángela de la Cruz) que se ocupan del cuidado de los mas pobres.


Primera Estación

Última Cena de Jesús con sus discípulos

Y tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 19–20).

Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una.

Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–

21). El amor fortalece la unidad. Y les dice: «Que os améis unos a otros» (Jn 13, 34). El amor fiel es humilde: «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).

Unidos a la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda persecución y discriminación por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en justicia, la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.

 




Segunda Estación

El beso de Judas

«Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él

Satanás» (Jn 13, 26).

«Se acercó a Jesús… y le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).

En la Cena se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15). Y ahora, a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar» (Jn 13, 21).

Judas se siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada. Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El corazón de Judas se había estrechado y se fue a contar su dinero, para después entregar a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha, le dice: Amigo. Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible sufrimiento provocado por la división entre hermanos y la lucha fratricida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las dolorosas traiciones.

 

Tercera Estación

 Jesús, sentenciado a muerte

«Es reo de muerte» (Mt 26, 66).

«Entonces se lo entregó para que lo crucificaran» (Jn 19, 16).

La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y, un día, la maldad juzgó y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume nuestra humanidad y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes de ellos (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la Cruz. Como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53, 3), expuso su vida a la muerte (Is 53, 12).

Lo que más impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa, es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), fue azotado, machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).

En el silencio de Dios, están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que, en silencio, esperan la salvación de Dios.