Séptima Estación
El Cirineo ayuda a llevar la cruz
«Mientras lo
conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del
campo» (Lc 23, 26). «Y
lo forzaron a llevar su cruz» (Mt 27, 32).
Simón era un agricultor que venía de trabajar en el campo.
Le obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión,
sino por temor a que se les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la
imposición, por parte de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la
fuerza. Al contacto con Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina
compartiendo la situación de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio,
lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos
descubrir lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas
que nos necesitan!
Jesús se ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo.
Miles de jóvenes marginados de la sociedad, de toda raza, condición y credo,
encuentran cada día cirineos que, en una entrega generosa, caminan con ellos
abrazando su misma cruz.
Octava Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
«Jesús se volvió hacia
ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y
por vuestros hijos”» (Lc 23, 27–28).
«El Señor lo guarda y
lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la
saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).
Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que
se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No
lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con
llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir nuevos
crímenes… Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia y
perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de
sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta
Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó
con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro
ensangrentado y doliente de Cristo.
Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño
de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han
sido desfigurados por regí[1]menes ateos que destruyen a
la persona y la privan de su dignidad.
Novena
Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
«Lo crucifican y se
reparten sus ropas, echándolas a suerte» (Mc 15, 24).
«De la planta del pie
a la cabeza no queda parte ilesa» (Is 1, 6).
Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo,
Jesús permanece de pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica,
se la quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible
dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe.
Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación,
ni mayor desprecio.
Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior
de la persona, su intimidad, su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque
quiso cargar con todos los pecados contra la integridad y la pureza, y murió para
quitar los pecados de todos (Hb
9, 28).
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