viernes, 17 de marzo de 2023

ESTACIONES 10, 11 Y 12 DEL VÍA CRUCIS

Décima Estación

Jesús es clavado en la cruz

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a Él y a los mal[1]hechores, uno a la derecha y otro a la izquierda (Lc 23, 33).

Habían conducido a Jesús hasta el Gólgota. No iba solo, lo acompañaban dos ladrones que también serían crucificados. Lo crucificaron; y, con Él, a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús (Jn 19, 18). ¡Qué imagen tan simbólica! El Cordero que quita el pecado del mundo se hace pecado y paga por los demás. El gran pecado del mundo es la mentira de Satanás, y a Jesús lo condenan por declarar la Verdad: su ser Hijo de Dios. La verdad es el argumento para justificar la crucifixión. Es imposible describir lo que padeció físicamente el cuerpo de Cristo colgando de la cruz, lo que sufrió moralmente al verse desnudo crucificado entre dos malhechores y sentimentalmente, al encontrarse abandonado de los suyos.

Jesús en la cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven clavados a situaciones dolorosas, como tantos padres y madres de familia, y tantos jóvenes, que, por falta de trabajo, viven en la precariedad, en la pobreza y la desesperanza, sin los recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y llevar una vida digna.

 


Undécima Estación

Jesús muere en la cruz

«Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 46).

«Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas» (Jn 19, 33).

Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. Pilatos autorizó que les quebraran las piernas para acelerarles la muerte y no quedaran colgados durante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un soldado, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron las Escrituras: No le quebrarán ni un hueso. El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es momento sagrado de contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado…, pagando el precio de nuestras maldades, de mis maldades… Señor, pequé, ¡ten misericordia de mí, pecador! Amén.

Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él? Ante el drama de tantas personas crucificadas por diferentes discapacidades, ¿lucho por extender y proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida?

 

Duodécima Estación

El descendimiento de la cruz

«Pilatos mandó que se lo entregaran» (Mt 27, 57).

«José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia» (Mt 27, 59).

Cristo ha muerto y hay que bajarlo de la cruz. Acerquémonos a la Virgen y compartamos su dolor. ¡Qué pasaría por su mente! «¿Quién me lo bajará? ¿Dónde lo colocaré?» Y repetiría de nuevo como en Nazaret: «¡Hágase!» Pero ahora está más unida a la entrega incondicional de su Hijo: «Todo está consumado». Entonces aparecieron José de Arimatea y Nicodemo, que, aunque pertenecientes al Sanedrín, no habían te[1]nido parte en la muerte del Señor. Son ellos quienes piden a Pilatos el cuerpo del Maestro para colocarlo en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que estaba cerca del Calvario.

Cristo ha fracasado, haciendo suyos todos los fracasos de la Humanidad. El Hijo del hombre ha sido eliminado y ha compartido la suerte de los que, por distintas razones, han sido considerados la escoria de la Humanidad, porque no saben, no pueden, no valen. Son, entre otros, las víctimas del sida, que, con las llagas de su cruz, esperan que alguien se ocupe de ellos.


viernes, 10 de marzo de 2023

ESTACIONES 7, 8 Y 9

 Séptima Estación

El Cirineo ayuda a llevar la cruz

«Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del

campo» (Lc 23, 26). «Y lo forzaron a llevar su cruz» (Mt 27, 32).

Simón era un agricultor que venía de trabajar en el campo. Le obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la imposición, por parte de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la fuerza. Al contacto con Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina compartiendo la situación de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio, lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos descubrir lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas que nos necesitan!

Jesús se ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo. Miles de jóvenes marginados de la sociedad, de toda raza, condición y credo, encuentran cada día cirineos que, en una entrega generosa, caminan con ellos abrazando su misma cruz.

 

Octava Estación

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

«Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”» (Lc 23, 27–28).

«El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).

Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir nuevos crímenes… Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia y perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo.

Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regí[1]menes ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad.

 


Novena Estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

«Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte» (Mc 15, 24).

«De la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa» (Is 1, 6).

Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo, Jesús permanece de pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica, se la quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación, ni mayor desprecio.

Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior de la persona, su intimidad, su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque quiso cargar con todos los pecados contra la integridad y la pureza, y murió para quitar los pecados de todos (Hb

9, 28).

Jesús padece con los sufrimientos de las víctimas de genocidios humanos, donde el hombre se ensaña con brutal violencia, en las violaciones y abusos sexuales, en los crí[1]menes contra niños y adultos. ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!

viernes, 3 de marzo de 2023

ESTACIONES 4, 5 Y 6 DEL VÍA CRUCIS

 

Cuarta Estación

Negación de Pedro

«¿Con que darás tu vida por mí? En verdad en verdad te digo: no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces» (Jn13, 37).

«Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc 22, 62).

Un cristiano tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es no tener miedos, sino saber vencerlos.

El cristiano valiente no se esconde por vergüenza de manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti» (Lc 22, 31). «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme» (Lc 22, 34). Y el apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo conozco»

(Lc 22, 57). Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira…, él se estremece recordando sus palabras…, y llora con amargura su traición. La mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar.

Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de su fe, que tienen respetos humanos, que les falta valentía para defender la vida desde su inicio, hasta su término natural, o quieren quedar bien con criterios no evangélicos. El Señor los mira para que, como Pedro, hagan acopio de valor y sean testigos convencidos de lo que creen.

 

Quinta Estación

Jesús carga con su cruz

«Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo» (Mc 15, 20).

«Y, cargando Él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera”» (Jn 19, 17).

Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta la vida. Entre las cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el interior del hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las relaciones humanas. «Porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidas, adulterios fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias» (Mt 15, 19). La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Él llevo nuestros pecados en su cuerpo (1Pe 2, 24). Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la cruz redentora. Pero la cruz por sí sola, no nos salva. Nos salva el Crucificado.

Cristo hizo suyo el cansancio, el agotamiento y la desesperanza de los que no encuentran trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el empeño por conseguir una vida más justa y digna.

 

Sexta Estación

Jesús cae bajo el peso de la cruz

Triturado por nuestros crímenes (Is 53, 5).

Jesús cayó bajo el peso de la cruz varias veces en el camino del Calvario (Tradición de la

Iglesia de Jerusalén).

La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que per[1]diera el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura de la corona de espinas, el peso del madero…, ¡no hay palabras para describir el dolor que Cristo debió experimentar! Todos, alguna vez, hemos tropezado y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos para no hacer el ridículo! Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor riendo con sorna y dándole algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo, qué humillación, Dios mío! Dice el salmo: «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza» (Sal.22, 7–8). Jesús sufre con todos los que tropiezan en la vida y caen sin fuerzas víctimas del alcohol, las drogas y otros vicios que les hacen esclavos, para que, apoyados en Él, y en quienes los socorren, se levanten.