Décima
Estación
Jesús es clavado en la cruz
Y cuando llegaron al
lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a Él y a los mal[1]hechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda (Lc 23, 33).
Habían conducido a Jesús hasta el Gólgota. No iba solo, lo
acompañaban dos ladrones que también serían crucificados. Lo crucificaron; y,
con Él, a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús (Jn 19, 18). ¡Qué
imagen tan simbólica! El Cordero que quita el pecado del mundo se hace pecado y
paga por los demás. El gran pecado del mundo es la mentira de Satanás, y a
Jesús lo condenan por declarar la Verdad: su ser Hijo de Dios. La verdad es el
argumento para justificar la crucifixión. Es imposible describir lo que padeció
físicamente el cuerpo de Cristo colgando de la cruz, lo que sufrió moralmente al
verse desnudo crucificado entre dos malhechores y sentimentalmente, al encontrarse
abandonado de los suyos.
Jesús en la cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven
clavados a situaciones dolorosas, como tantos padres y madres de familia, y tantos
jóvenes, que, por falta de trabajo, viven en la precariedad, en la pobreza y la
desesperanza, sin los recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y
llevar una vida digna.
Undécima
Estación
Jesús muere en la cruz
«Jesús, clamando con
voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto,
expiró» (Lc 23, 46).
«Pero al llegar a
Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas» (Jn 19, 33).
Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la
Pascua. Pilatos autorizó que les quebraran las piernas para acelerarles la
muerte y no quedaran colgados durante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un
soldado, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron
las Escrituras: No le quebrarán ni un hueso. El sol se oscureció y el velo del
Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es momento sagrado de
contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente al cuerpo de nuestro
Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado…, pagando el precio de
nuestras maldades, de mis maldades… Señor, pequé, ¡ten misericordia de mí,
pecador! Amén.
Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre.
Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él? Ante el drama de tantas
personas crucificadas por diferentes discapacidades, ¿lucho por extender y
proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida?
Duodécima
Estación
El descendimiento de la cruz
«Pilatos mandó que se
lo entregaran» (Mt 27, 57).
«José, tomando el
cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia» (Mt 27, 59).
Cristo ha muerto y hay que bajarlo de la cruz. Acerquémonos
a la Virgen y compartamos su dolor. ¡Qué pasaría por su mente! «¿Quién me lo
bajará? ¿Dónde lo colocaré?» Y repetiría de nuevo como en Nazaret: «¡Hágase!»
Pero ahora está más unida a la entrega incondicional de su Hijo: «Todo está consumado».
Entonces aparecieron José de Arimatea y Nicodemo, que, aunque pertenecientes al
Sanedrín, no habían te[1]nido parte en la muerte del
Señor. Son ellos quienes piden a Pilatos el cuerpo del Maestro para colocarlo
en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que estaba cerca del Calvario.
Cristo ha fracasado, haciendo suyos todos los fracasos de la
Humanidad. El Hijo del hombre ha sido eliminado y ha compartido la suerte de los
que, por distintas razones, han sido considerados la escoria de la Humanidad, porque
no saben, no pueden, no valen. Son, entre otros, las víctimas del sida, que,
con las llagas de su cruz, esperan que alguien se ocupe de ellos.
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