ORACIÓN DE COMIENZO
Dios mío, ¡qué gran
misterio de amor me propones hoy para mi meditación! A pesar de que una espada
atravesó el corazón de tu Madre Santísima, ella siempre se mantuvo firme en la
fe y con gran amor hoy me acoge, me ama y me enseña las virtudes que me pueden
llevar a la santidad.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de
Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo».
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el
discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor
MEDITACIÓN
Meditación del Papa Francisco
Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el
momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo:
“He ahí a tu madre”. Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al
mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también
en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se
agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella
que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la “mujer” se
convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su
corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y
los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea
había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el
mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección
de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte
así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
La Madre del Redentor nos
precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión.
Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda
a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De
este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad
de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro
corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y
la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos: ¡Santa Madre de
Dios! (Homilía de S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).
ORACIÓN FINAL
Señor, no quiero acabar hoy mi oración sin darte
gracias por el regalo que nos dejaste un poco antes de morir. Estabas con unos
dolores terribles, con una muerte inminente, y todavía tuviste fuerzas para
mirar a Juan y decirle: “Ahí tienes a tu madre”. No quisiste que nos quedáramos
huérfanos. Todo el derroche de fortaleza y de ternura que había tenido María
contigo hasta el momento supremo de la Cruz, no quisiste que se perdiera, sino
que quedara para todos nosotros. Gracias, Señor, por tanto amor.
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