ORACIÓN DE COMIENZO
Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen
Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo;
tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu
divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios
con humildad de corazón. Por nuestro Señor.
MEDITACIÓN
Como toda mujer de pueblo, María tiene sueños, deseos,
proyectos... sin embargo, esta mujer se encuentra cara a cara con los deseos,
proyectos y sueños de Dios. Dios quiere algo de esta mujer, y ella se
compromete con Él.
El camino de dejar proyectos que no son los de Dios, el
camino de renunciar a los ídolos del dinero, la ambición y el poder, para que
Dios reine en la justicia, la verdad y la paz; para que se "haga en
nosotros su palabra".
Jesús es el centro de esta fiesta, y su madre es el
instrumento fiel para la realización del plan de Dios, por eso la “llena de
gracia”. Pero Dios sigue derramando su gracia en su pueblo para que seamos
fieles a su proyecto -su reino-, y tengamos la capacidad de llevarlo adelante
procurando que Jesús sea el Señor, que seamos capaces de ser hermanos y que “no
temamos” ante el desafío porque el Espíritu de Dios nos acompaña.
San Pablo VI dice de María: “La iglesia siempre ha
propuesto a María a los fieles como un ejemplo a imitar, no precisamente en el
tipo de vida que llevó, y mucho menos por el ambiente sociocultural en el cual
vivió y queescasamente existe en el mundo de hoy. Más bien, ella se nos
muestra como un ejemplo a los fieles por la manera en que, en su vida propia,
aceptó total y responsablemente la palabra de Dios, y actuó según ella, porque
la caridad y el espíritu de servicio eran la fuerza que conducía sus acciones.
Ella es digna de ser imitada porque fue la primera y más perfecta de las
discípulas de Cristo”.
ORACIÓN FINAL
Dios mío, gracias por quedarte en la Eucaristía y por darme
a María como madre y modelo de mi vida. Contemplar su gozo, su actitud de acogida
y aceptación, su humildad, me motivan a exclamar con gozo: heme aquí Señor,
débil e infiel, pero lleno de alegría por saber que con tu gracia, las cosas
pueden y van a cambiar.
Catecismo de la Iglesia Católica
490-493.
«¡Alégrate!, llena de gracia» (Lc 1,28).
Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la
medida de una misión tan importante” (Vaticano II LG 56). El ángel Gabriel en
el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia”. En efecto, para
poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso
que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María
“llena de gracia” por había sido redimida desde su concepción. Es lo que
confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa
Pío IX: «… la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la
mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Jesucristo Salvador del género.
Esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue
“enriquecida desde el primer instante de su concepción” (LG 56), le viene toda
entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los
méritos de su Hijo” (LG 53). El Padre la ha “bendecido […] con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef 1, 3) más que a ninguna
otra persona creada. Él la ha “elegido en él antes de la creación del mundo
para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (cf. Ef 1, 4).
Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios “la Toda
Santa” (Panaghia), la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como
plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (LG 56). Por la
gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de
toda su vida.
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