Decimotercera
Estación
Jesús en brazos de su madre
«Una espada te
traspasará el alma» (Lc 2, 34).
«Ved si hay dolor como
el dolor que me atormenta» (Lam 2, 12).
Aunque todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos
momentos tan dolorosos la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra
conciencia de pecadores arrepentidos le servirá de consuelo. Con actitud
filial, situémonos a su lado, y aprendamos a recibir a Jesús con la ternura y amor
con que ella recibió en sus brazos al cuerpo destrozado y sin vida de su Hijo.
«¿Hay dolor semejante a mi dolor?» Y, mientras preparaban el cuerpo del Señor
según se acostumbra a enterrar entre los judíos (Jn 19, 40) para darle
sepultura, María, adorando el Misterio que había guardado en su corazón sin
entenderlo, repetiría conmovida con el profeta: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho?,
¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!» (Mq 6, 3).
Al contemplar el dolor de la Virgen, hacemos memoria del
dolor y la soledad de tantos padres y madres que han perdido a sus hijos por el
hambre, mientras sociedades opulentas, engullidas por el dragón del consumismo,
de la perversión materialista, se hunden en el nihilismo de la vaciedad de su
vida.
Decimocuarta
Estación
Jesús es colocado en el sepulcro
«Y como para los
judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí
a
Jesús» (Jn 19, 42).
«José de Arimatea rodó
una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó» (Mt 27, 60).
Por la proximidad de la fiesta, se dieron prisa en preparar
el cuerpo del Señor para colocarlo en el sepulcro que ofrecieron José y
Nicodemo. El sepulcro era nuevo, a nadie se había enterrado en él. Una vez
colocado el cuerpo sobre la roca, José hizo rodar la piedra de la puerta,
quedando la entrada totalmente cerrada. Si el grano de trigo no muere… Y,
después del ruido de la piedra al cerrar el acceso al sepulcro, María, en el
silencio de su soledad, aprieta la espiga que ya lleva en su corazón como
primicia de la Resurrección.
En esta espiga recordamos el trabajo humilde y sacrificado
de tantas vidas gastadas en una entrega sacrificada al servicio de Dios y del
prójimo, de tantas vidas que esperan ser fecundas uniéndose a la muerte de
Jesús. Recordamos a los buenos samaritanos, que aparecen en cualquier rincón de
la tierra para compartir las consecuencias de las fuerzas de la naturaleza:
terremotos, huracanes, maremotos…
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