Séptima
estación: Jesús cae por segunda vez
V: Te adoramos, oh Cristo y te
bendecimos
R: Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo
Evangelio:
Lectura del
libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el
hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. Él me ha llevado y
me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras
sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha
revolcado en la ceniza.
Meditación:
Jesús
había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la
empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin
fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar
al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo
hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y
proseguir su camino.
Nada
tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido
castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero,
al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana,
aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las
flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz.
Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su
cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos
cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para
reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría
sacarlas de su postración.
Rezo del Padrenuestro, Avemaría y
Gloria
“Jesús, pequé: ten piedad y
misericordia de mí”
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre. Amén
Octava
estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V: Te adoramos, oh Cristo y te
bendecimos
R: Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo
Evangelio:
Lectura del
Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se
volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad
por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que
dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes:
«Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
Meditación:
Dice
el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran
multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús,
volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad
más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si
la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo
haría con los culpables.
Mientras
muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan
algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de
llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció
los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas
quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la
conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de
los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor
de Dios.
Rezo del
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
“Jesús,
pequé: ten piedad y misericordia de mí”
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
Santísima Madre. Amén
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