Undécima
estación: Jesús es clavado en la cruz
V: Te adoramos, oh Cristo y te
bendecimos
R: Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo
Evangelio:
Lectura del
Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la
cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los
judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la
izquierda.
Los que
pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo
y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de
la cruz».
Los sumos
sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A
otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje
ahora de la cruz y le creeremos».
Meditación:
«Y
lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento
terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de
hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el
cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado
en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de
este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la
condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron
con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
El
suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de
insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos
imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea
capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura
de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia
canta la paradoja: « ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con
un peso tan dulce en su corteza!».
Rezo del Padrenuestro, Avemaría y
Gloria
“Jesús, pequé: ten piedad y
misericordia de mí”
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre. Amén
Duodécima
estación: Jesús muere en la cruz
V: Te adoramos, oh Cristo y te
bendecimos
R: Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo
Evangelio:
Lectura del
Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el
mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A
media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí
dijeron: «A Elías llama éste».
Uno de ellos
fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola
en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a
salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y
sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba
dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
Meditación:
Desde
la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de
mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el
principio, muchos de las presentes, incluidas las autoridades religiosas, se
desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió
el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo
Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y
desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice
el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo
sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E
inclinando la cabeza entregó el espíritu.
A
los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante
en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de
María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte
del hijo de sus entrañas.
Rezo del Padrenuestro, Avemaría y
Gloria
“Jesús, pequé: ten piedad y
misericordia de mí”
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre. Amén
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